Covip-19 y crisis de las vacas locas

Este texto es un extracto del capítulo IV de mis “Recuerdos”. No son unas Memorias. Mucho más modestamente,, son un testimonio de mis vivencias personales y, por lo tanto, son totalmente subjetivas, He aprovechado el confinamiento para escribirlas aunque ya me rondaban en la cabeza desde hace tiempo. El capítulo IV se refiere a mis años en la Comisión Europea, desde el ámbito profesional. Su título (por ahora) es, esto sí, un poco provocador, lo confieso: Recuerdos (incompletos) de un “filocomunista agrario” jubilado (de “jubilo”, no de “retirado”)

Este texto es un extracto del capítulo IV de mis “Recuerdos”. No son unas Memorias. Mucho más modestamente,, son un testimonio de mis vivencias personales y, por lo tanto, son totalmente subjetivas, He aprovechado el confinamiento para escribirlas aunque ya me rondaban en la cabeza desde hace tiempo. El capítulo IV se refiere a mis años en la Comisión Europea, desde el ámbito profesional.  Su título (por ahora) es, esto sí, un poco provocador, lo confieso:

Recuerdos (incompletos) de un “filocomunista agrario” jubilado  (de “jubilo”, no de “retirado”)

 

 

El año 1996 marcó el principio de la crisis de las vacas locas. Aunque los primeros casos en los animales se detectaron a finales de la década de los 80, en el Reino Unido, durante muchos años la postura oficial (que yo defendí también en público) fue que no se había establecido relación causal científica entre el mal de las vacas locas por un lado y los casos de encefalopatías espongiformes en personas, por otro.

Cuando se estableció la relación ya era tarde. Me acuerdo todavía de Quintiliano Pérez Bonilla, Director General de Ganadería en el Ministerio español, explicando que la ganadería española estaba muy sana y que no teníamos casos en nuestro país. Lo dijo de buena fe, con la información que de la que disponíamos y compartíamos. Su decencia personal le llevó a dimitir en el año 2001.

No se puede comprender la insistencia europea de la importancia del “Principio de Precaución” sin relacionarla con el trauma que representó la crisis de las vacas locas para muchos funcionarios y políticos nacionales y comunitarios.

Cuando estalló la bomba, navegábamos en la más profunda niebla. Nos levantábamos cada día pensando que malas sorpresas nos iban a traer las próximas horas. La presión mediática y de la opinión pública era tremenda. Los científicos, el Comité veterinario, estaban como nosotros, aprendiendo sobre la marcha.

Después de una fase de negación del problema, vino una de minimización y de improvisación. No sabíamos al principio lo que estaba pasando por mucho que, más tarde, los capitanes “Aposteriori” nos dieran lecciones.

Después vino la fase de la acción, la gestión y la gesticulación de la crisis, a veces excesiva.

Me acuerdo del Ministro francés, Louis Mermaz, explicándonos un día que a él le gustaba mucho la carne, pero que llevaba una temporada tomando para almorzar, comer, merendar y cenar carne de vacuno delante de los periodistas y que ya empezaba a estar un poquito harto.

Se mataban y quemaban todos los animales de un rebaño que hubiera tenido un caso, sin hacer pruebas de diagnóstico. Limitábamos así los casos oficiales de la enfermedad (cada nuevo caso era un titular de periódico) y aliviábamos la presión sobre el mercado de la carne de vacuno en un momento en que los precios y la demanda se habían hundido, disminuyendo la oferta. Además, permitíamos a nuestros políticos transmitir la imagen de que estaban tomando medidas radicales para erradicar la enfermedad.

Me he acordado mucho de este difícil momento de mi vida y de mis vivencias de entonces, en estos días de intentos de acoso y derribo a los gestores, en nuestro país, de la crisis del COVIP-19. También aquí tenemos capitanes “Aposteriori”.

Luego, en la Comisión Europea se buscaron responsables. Guy Legras, el Director General, cometió seguramente el error de descuidar los temas veterinarios, que le interesaban poco y los tenía al principio totalmente delegado.

Fernando Mansito era el Director General Adjunto y siempre estuvo del lado de la prudencia, escaldado como estaba por el escándalo del envenenamiento por el aceite de colza que había vivido en su etapa anterior, en la Administración española.

El Director era Lars Hoelgaard, que siempre actuó en estrecho contacto con el equipo del Comisario

Tenía que saltar un fusible y saltó Fernando, de todos ellos el más inadaptado al funcionamiento de la maquinaria comunitaria.