Europa forma parte de la solución

Quizás víctima del síndrome de Estocolmo (los que me conocen saben que como hijo de exilado político nacido en Francia, Europa está en mis genes; como militante europeísta dentro y fuera de la Comisión he dedicado mi vida a este proyecto), no puedo imaginar España, y su agricultura, fuera de Europa.

Para mi generación, los que hicimos lo mejor que pudimos la tan denostada hoy transición, el ingreso en la Comunidad Económica Europea fue el punto final de la dictadura franquista, el punto de no-retorno. Pero hablemos de agricultura y no de recuerdos de viejas batallas.

En mi opinión, el campo español ha sido uno de los grandes beneficiarios del ingreso en la CEE.

El campo es responsable hoy del mayor saldo neto positivo de nuestra balanza comercial. Nuestros sectores más dinámicos, como el aceite de oliva, las frutas y hortalizas, el vino, los productos cárnicos,… dependen de las expediciones a Europa y las exportaciones.

Esto no solo es bueno para el país y su economía, sino para los agricultores y los trabajadores del campo. Por ejemplo, los menos malos resultados del desempleo en España en los primeros meses del año 2014, fueron debidos a la temporada del olivar, a una campaña record en la que, entre exportaciones y expediciones, hemos comercializado más de 1 millón de toneladas de aceite. . Por cierto, la baja cosecha de este año deberá reflejarse negativamente en las cifras a venir de desempleo.

Desde el punto de vista de la política agraria, la referencia europea generó una mayor estabilidad y visibilidad. Los que peinamos canas nos acordamos de las importaciones de choque, las licencias de importación y exportación, las autorizaciones adminsitrativas y otras lindezas de este estilo.

Gracias a la agricultura, nuestro salde presupuestario neto con la Unión Europea es positivo, es decir hay una entrada neta de capital. Hoy, las ayudas directas son un elemento esencial de las rentas de muchos agricultores y su mecanismo de cálculo es estructuralmente favorable al campo español.

Me explico. Las ayudas están calculadas en base a rendimientos y producciones medias. Son un elemento de estabilidad de la renta agraria, mucho más importante en los países como España y Rumania que sufren grandes variaciones interanuales de dichos rendimientos. En los repetidos años de sequia que vivimos en la década de los 90, sin las ayudas directas habrían quebrado gran numero de explotaciones cerealistas  y olivareras, de secano y regadío.

Sin el marco europeo para las organizaciones de productores de frutas y hortalizas, sin la red Natura 2000, sin las directivas nitratos y pájaros, sin el apoyo europeo a la agricultura ecológica,  por solo poner cuatro ejemplos, estoy convencido que nuestro país estaría mucho más retrasado aún de lo que está ahora.

¿Quiere esto decir que no hay efectos negativos, e incluso perversos? ¿Quiere esto decir que la PAC que tenemos hoy nos  debe satisfacer? ¿Quiere esto dcir que la Europa que tenemos hoy es la que necesitamos? La respuesta es radicalmente no.

De nuevo voy a desarrollar algunas reflexiones ligadas al sector agrario y alimentario,  que son aquellos para los que dispongo de cierto conocimiento. Para ello, propongo un razonamiento en dos fases, la española y la comunitaria.

La reglamentación actual deja amplios márgenes de maniobra para que cada Estado miembro pueda adaptar la PAC a sus realidades. Por ejemplo, el gobierno español, elegido por mayoría absoluta, ha decidido no primar las 50 primeras hectáreas como ha hecho Francia y en parte Alemania; no utilizar el verdeo de las ayudas para desplazar significativamente el apoyo público desde la agricultura más productiva e intensiva hacia la más extensiva. Lo podía hacer pero, democráticamente y con el amplio apoyo de la Conferencia sectorial, decidió no hacerlo.

En otras palabras, si se puede hacer una política significativamente distinta en el marco de la reglamentación existente. Podríamos hablar de las prioridades de los programas de desarrollo rural para el presente periodo de programación, que dejan amplios márgenes de actuación para concretar prioridades políticas.

Además, la PAC recientemente aprobada va a vivir una nueva revisión a medio plazo e, el 2007 y 2008: habrá nueva discusión en el marco de las políticas europeas para después del 2020. El marco actual no está escrito en el mármol y puede, debe, evolucionar. Como siempre, será con puntos de inflexión y no de ruptura, pero puede evolucionar: en el bueno y en el mal sentido, por cierto.

Por esto es urgente reflexionar sobre que agricultura y medio rural queremos. No hay buenos vientos para el marino que no sabe a que puerto se dirige. Debemos comprender lo que quieren nuestros socios europeos y buscar ya aliados y convergencias para construir las coaliciones del mañana.

No puedo ni quiero desarrollar aquí estos puntos, pero permítanme dejar para terminar unas cuantas preguntas cuyas respuestas me parecen importante: ¿Tiene sentido hay una política agraria, aunque sea común, en vez de una política alimentaria? Estamos en un mundo de estrecheces presupuestarias. ¿Se hace el mejor uso posible hoy de los fondos europeos para construir un desarrollo sostenible e inclusivo? ¿Cómo hacer política alimentaria ambiciosa en un contexto restrictivo presupuestario? ¿Cómo favorecer la construcción de estrategfias colaborativas entre los actores de la cadena alimentaria, en vez de la carrera a la destrucción de valor que vivimos demasiadas veces?

Como decíamos los que cada semana leíamos Hermano Lobo en búsqueda de un oxigeno intelectual y de libertad que nos faltaba bajo el franquismo, son preguntas al lobo pero me parecen importantes.